lunes, 2 de agosto de 2010

¡Qué bien baila usted, D. Luis!

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Don Luis, era un hombre diferente. Alto y muy delgado, iba siempre vestido de manera impecable, con un traje de color gris de paño y corte ingleses, sin ninguna arruga. Parecía que lo acababa de estrenar. 
Aunque hiciera mucho frío, pocas veces llevaba abrigo. Cuando lo usaba, era del mismo color gris, en un tono más subido.
Si  llovía, amenazaba lluvia, o simplemente estaba 
un poco nublado, se acompañaba de un paraguas negro.
La estampa y la impresión  que producía  el verlo caminar con todo ese atuendo, era la de estar delante de un lord inglés. Sus modales, así como su educación, eran elegantes y refinados. 
 Procedía de una familia de diplomáticos, por tanto, los gustos y educación, así como sus maneras y ademanes, no se distanciaban  de lo que podía ser un lord.
Fue un gran profesor de francés. Sus clases, no solo se reducían al aprendizaje del idioma, también trataban sobre  noticias de actualidad,  cultura general,  historia, o bien, resolver jeroglíficos y  crucigramas. Eran  una mezcla de todo,  con la pretensión por su parte, de crear inquietudes culturales.
El nos explicó entre otras cosas, todo lo referente a la revolución cubana, y la conducta que tuvo en ese momento el embajador español de la época, el cual no se amedrentó y se presentó en la emisora para dar una versión y pedir explicaciones.
 Por turnos, nos repartía entradas de cine para ver películas de ensayo
Tenía una predilección especial por las frases históricas y muchas de las que todavía recuerdo, las aprendí entonces. Frases de Napoleón, Méndez Núñez, Felipe II, etc.  También nos enseñaba a jugar al tenis. 
Era un hombre, verdaderamente adelantado a su época, incluso a la actual.
A las chicas nos trataba siempre con una amabilidad especial, dentro del más absoluto respeto. Todas queríamos causarle buena impresión y atraer su atención. En el fondo, aunque por la edad podría haber sido nuestro padre, todas estábamos un poco enamoradas de él.
Lo invitábamos a los bailes de estudiantes,  él, amablemente, bailaba con todas, pero  tenía un fallo, y es, que bailaba muy mal,  y él,  lo sabía.  
Yo, que entonces era muy jovencita y menos desarrollada que el resto de chicas de mi edad, también quería causarle buena impresión. Mis compañeras, me arreglaban un poco y me daban consejos. Tenía que decirle, según ellas, "que bailaba muy bien", cosa que era mentira. 
Todas le decíamos lo mismo:
¡Qué bien baila usted, D. Luis! Y él, de manera flemática y con el sentido del humor que le caracterizaba dentro de la seriedad, respondía ¡no me digas...! Mientras aguantábamos  los pisotones sin rechistar. Él, bailaba como podía y nosotras, también.
Pasó el tiempo y un día,  tres años después, estrené un jersey azul cielo, de manga corta. Tenía dieciséis años. Con mi melena rubia sin estridencias   y el tirón de crecida ya realizado, miraba si D Luis se fijaba en mi persona. Hacía un frío mortal, pero mis amigas,  me hicieron quitar todo tipo de ropaje hasta dejarme con el jersey pelado y tiritando. Que te vea, me decían. Y no sé si me vio o no, pero si recuerdo el frío que pasé. 
Con el tiempo me enteré de que su matrimonio se había roto,  y había vuelto a casarse con una de aquellas chicas del curso, compañera de estudios entonces.

Hace años que no está entre nosotros, pero seguro que muchos de sus alumnos, lo mismo que yo, le recuerda con cariño y admiración. Gracias a él, aprendimos  entre otras cosas a hablar francés. 
Creo que era ateo, pero es posible que esté en algún lugar remoto, con su traje de paño inglés impecable, y su paraguas.
En mis oídos, suena la famosa por repetida frase de ¡qué bien baila usted!
Oigo la música...y los recuerdos se amontonan.

2 comentarios:

  1. María.....Jesús
    Muy bien podía yo formar en paralelo, parte de tu relato. Siempre hay formas de estar independientemente de nuestras posibilidades o capacidades.

    Haces una ligera exposición de unos hechos ocurridos en tiempos pretéritos, en torno a una esxperiencias que no has olvidado. Plenas de afectividad, en una época, en la que empezabas a vivir y realizar nuevos descubrimientos.

    Ya ves que a pesar de las incomodidades de este pequeño aparato, no por ello menos útil, me tienes por aquí.

    Antonio

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  2. Así es. Era época de descubrimientos. Y lo sigue siendo.
    La anécdota del sueter azul, la tengo grabada a la piedra. Debí de pasar mucho frío.
    ¿Qué te puedo decir que no sepas?
    Te agradezco que entres con el iPhone, a pesar de que no es tan cómodo. Tengo la sensación, de que lo haces por la ventana en lugar de hacerlo por la puerta. Siempre buscas lo difícil.
    Ya llevo un tiempo, poniendo el piloto automático. Veremos.
    Recibe un abrazo muy fuerte, María Jesús

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