Gira la noria, elevando el agua que no es capaz de superar el desnivel, ni correr por un cauce diferente. Agua que necesita ayuda para transcurrir, impulso para vivir o calor, para “ser”.
Sin origen ni misión definida, es
incapaz de renovarse por si misma y propiciar un mínimo de ilusión.
Transcurre sin propiedad, pasando por
unas etapas o estaciones imaginarias, en el deseo de que existan,
ante la necesidad de experimentar, o en la aspiración de igualarse.
¿Dónde están su primavera, su
verano, su otoño o su invierno? No los tiene por si misma. La
noria, es su impulso vital, es, su propia vida.
En su horizonte, está el mar, su gran
amante, su aliado, su todo. Se dirige hacia allí en busca de unión,
como manera de compensar su debilidad o su endeblez. Es un objetivo
transformado en idea fija, su tabla de salvación. La ilusión de
llegar, le ayuda a deslizarse y a sortear los obstáculos. No piensa
en ella sino en su fin que es, el formar parte de un todo.
Necesitó ayuda para realizar el primer
movimiento, pero ahora va sola. Sabe que cada vez queda menos, y que
con un supremo esfuerzo, llegará. Llegará y llega.
Si, lo tiene a su alcance ya, lo ve
acercarse, y aunque es consciente de su fragilidad, renueva fuerzas.
¡Ya lo alcanza, ya empieza a notar su abrazo! Ya se funde....
Ella, que no pudo correr ni avanzar
sola en un principio, sintiéndose débil y postergada, ahora, forma
parte de una inmensidad, de una eternidad.
Quizá lo merecia más que otras que sin
mirar, cruzaban arrogantes, llamando la atención, arrasando por donde
pasaban.
Al final, en la confusión de la
grandiosidad, se borran las diferencias. Ambas, han vivido sus
estaciones rotatorias. Los logros, han quedado en las orillas.
Ambas...han sido, y en sus cuatro
estaciones pasadas, siguen siendo.
E independientemente de los anhelos de cada uno, de alguna manera, la igualdad existe.
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