Entre giros de danza luminosa
abrazas exultante la juventud preciada,
hecha ramo de flores, a tu pecho rendida.
Los lirios, las violetas,
silvestres como tu alma inmaculada
envidian tu presencia,
pura flor que en los valles del futuro
destaca blanca.
Se callan los bosques a tu paso
y hablan brevemente los ríos, luz de espuma
dorada.
Flotando en el espacio
el paso de tu estela, hecha memoria de agua.
La vida gira, danza,
y tus pies diminutos, pisan alborozados
sin huellas, el camino de ida
del mañana.
ni con imaginarias plumas seductoras,
de sutiles alas hermanas de la brisa
que abrazan mi cuerpo como cuerdas de guitarra,
sensibles a la caricia rasgada de tus dedos.
Amo aquel verso de letras silenciadas,
hecho palabras dulces, flechas del sentimiento
que aventureras suben, golpean mi ventana,
empujan a la niebla insomne de la noche
y salen a tu encuentro riendo, alborozadas.
Amo aquel verso reflejado en tu frente
y nadie lo comparte porque nadie lo ve
y solo el pensamiento lo mira y se detiene
como retiene el alma las ganas de sentir.
Amo aquel verso, porque nunca fue escrito
y yo sé que algún día, lo dirás para mi.
Gira la noria, elevando el agua que no
es capaz de superar el desnivel, ni correr por un cauce diferente.
Agua que necesita ayuda para transcurrir, impulso para vivir o
calor, para “ser”.
Sin origen ni misión definida, es
incapaz de renovarse por si misma y propiciar un mínimo de ilusión.
Transcurre sin propiedad, pasando por
unas etapas o estaciones imaginarias, en el deseo de que existan,
ante la necesidad de experimentar, o en la aspiración de igualarse.
¿Dónde están su primavera, su
verano, su otoño o su invierno? No los tiene por si misma. La
noria, es su impulso vital, es, su propia vida.
En su horizonte, está el mar, su gran
amante, su aliado, su todo. Se dirige hacia allí en busca de unión,
como manera de compensar su debilidad o su endeblez. Es un objetivo
transformado en idea fija, su tabla de salvación. La ilusión de
llegar, le ayuda a deslizarse y a sortear los obstáculos. No piensa
en ella sino en su fin que es, el formar parte de un todo.
Necesitó ayuda para realizar el primer
movimiento, pero ahora va sola. Sabe que cada vez queda menos, y que
con un supremo esfuerzo, llegará. Llegará y llega.
Si, lo tiene a su alcance ya, lo ve
acercarse, y aunque es consciente de su fragilidad, renueva fuerzas.
¡Ya lo alcanza, ya empieza a notar su abrazo! Ya se funde....
Ella, que no pudo correr ni avanzar
sola en un principio, sintiéndose débil y postergada, ahora, forma
parte de una inmensidad, de una eternidad.
Quizá lo merecia más que otras que sin
mirar, cruzaban arrogantes, llamando la atención, arrasando por donde
pasaban.
Al final, en la confusión de la
grandiosidad, se borran las diferencias. Ambas, han vivido sus
estaciones rotatorias. Los logros, han quedado en las orillas.
Ambas...han sido, y en sus cuatro
estaciones pasadas, siguen siendo.
E independientemente de los anhelos de
cada uno, de alguna manera, la igualdad existe.
Allí quedó tu amor,
a merced de los primeros vientos.
He querido recuperar de nuevo
la imagen imposible de tu cara
en soledad. Tus ojos en mi alma, tu alma
entre mis brazos y en mis ojos, tu cara.
Ya nada queda allí donde dejamos
al aire dibujadas nuestras manos,
el cielo siempre limpio de tu voz,
el vuelo de los pájaros sin alas
hasta el final de un mundo
hecho a nuestra medida, de la nada.
Cayó toda la lluvia en tu regazo
y quedaron los bosques secos en el vacío.
Las noches ya no duermen el cansancio
del día, la luz borra los sueños
No hay locura.
Hay un viento tranquilo y un viento
agitado, que fatiga mis venas
hecho sangre callada.
Huyen las nubes, el ocaso se nubla
y en el mar, reflejado en sus aguas,
un velero perdido busca sin esperanza.
Sin ninguna esperanza, entre las olas,
quiere hallar el lugar junto a tu cuerpo sudoroso,
y la respiración jadeante, entrecortada en la garganta,
Pero todo es silencio.
Alzo la voz
para escuchar mis propios pensamientos.
¿Qué queda de todos los momentos,
de aquella eternidad alborozada ?
Un susurro de vida, un soplo de brisa
tan solo.
Un vaho enmudecido, unos versos.
Noto el sabor amargo
de la pócima,
bebida disfrazada de néctar,
adormidera de sensaciones múltiples,
locura de corduras aparentes..
Antídoto de vida.
Descansaré un momento,
un largo instante.
Es tan fácil perderse en el piélago infinito...
Las velas están rotas, el temporal
abierto,
las heridas cerradas.
No deseo llegar al epicentro
de todas las vibraciones, fuerza gravitatoria
en movimiento, ni hurgar
las conmociones del espíritu
para provocar emoción y desasosiego.
La serenidad no es hielo,
ni un sueño silencioso carente de sentido,
sin dueño. Es sortear los escollos
para llegar al puerto
de la armonía en movimiento.
Reflexión hecha, con los versos que van quedando sin utilizar. Espero haber dado un sentido aparente a los cambios de humor y estabilidad producidos por las emociones. Cambios, que a veces solo dependen del control imaginativo. La emoción precede al sentimiento y éste es, la consecuencia de la emoción. Causa y efecto. Sin confundir las dos cosas, el sentir, es la subjetividad de la emoción, la forma de interpretarla.
Don Luis, era un hombre diferente. Alto y muy
delgado, iba siempre vestido de manera impecable, con un traje de color gris de paño y corte
ingleses, sin ninguna arruga. Parecía que lo acababa de estrenar. Aunque hiciera mucho frío, pocas veces llevaba abrigo. Cuando lo usaba, era del mismo color gris, en un tono más subido.
Si llovía, amenazaba lluvia, o simplemente estaba un poco nublado, se acompañaba de un paraguas negro. La estampa y la impresión que producía el verlo caminar con todo ese atuendo, era la
de estar delante de un lord inglés. Sus modales,
así como su educación, eran elegantes y refinados. Procedía de una familia de diplomáticos, por tanto, los
gustos y educación, así como sus maneras y ademanes, no se distanciaban de lo que podía ser un lord.
Fue un gran profesor de francés. Sus clases, no solo
se reducían al aprendizaje del idioma, también trataban sobre noticias de actualidad, cultura general, historia, o bien, resolver jeroglíficos y crucigramas. Eran una mezcla de todo, con la pretensión por su parte, de
crear inquietudes culturales. El nos explicó entre otras cosas, todo lo referente a la revolución cubana, y la conducta que tuvo en ese momento el embajador español de la época, el cual no se amedrentó y se presentó en la emisora para dar una versión y pedir explicaciones. Por turnos, nos repartía entradas de cine para ver películas
de ensayo Tenía una predilección especial por las frases
históricas y muchas de las que todavía recuerdo, las aprendí entonces. Frases
de Napoleón, Méndez Núñez, Felipe II, etc. También nos enseñaba a jugar al tenis. Era un hombre,
verdaderamente adelantado a su época, incluso a la actual.
A las chicas nos trataba siempre con una amabilidad
especial, dentro del más absoluto respeto. Todas queríamos causarle buena
impresión y atraer su atención. En el fondo, aunque por la edad podría haber
sido nuestro padre, todas estábamos un poco enamoradas de él. Lo invitábamos a los bailes de estudiantes, él,
amablemente, bailaba con todas, pero tenía un fallo, y es, que bailaba muy mal, y él, lo sabía. Yo, que
entonces era muy jovencita y menos desarrollada que el resto de chicas de mi
edad, también quería causarle buena impresión. Mis compañeras, me arreglaban un
poco y me daban consejos. Tenía que decirle, según ellas, "que bailaba muy
bien", cosa que era mentira. Todas le decíamos lo mismo: ¡Qué bien baila usted,
D. Luis! Y él, de manera flemática y con el sentido del humor que le
caracterizaba dentro de la seriedad, respondía ¡no me digas...! Mientras
aguantábamos los pisotones sin
rechistar. Él, bailaba como podía y nosotras, también.
Pasó el tiempo y un día, tres años después, estrené un jersey azul
cielo, de manga corta. Tenía dieciséis años. Con mi melena rubia sin estridencias y el
tirón de crecida ya realizado, miraba si D Luis se fijaba en mi persona. Hacía un frío mortal, pero mis amigas, me hicieron
quitar todo tipo de ropaje hasta dejarme con el jersey pelado y tiritando.
Que te vea, me decían. Y no sé si me vio o no, pero si
recuerdo el frío que pasé. Con el tiempo me enteré de que su matrimonio se había roto, y había vuelto a casarse con una de aquellas chicas del curso, compañera de estudios entonces.
Hace años que no está entre nosotros, pero
seguro que muchos de sus alumnos, lo mismo que yo, le recuerda con cariño y
admiración. Gracias a él, aprendimos entre otras cosas a hablar francés. Creo que era ateo, pero es posible que esté en algún
lugar remoto, con su traje de paño inglés impecable, y su paraguas.
En mis oídos, suena la famosa por repetida frase de ¡qué
bien baila usted!