Dime
Sentada, sobre la única roca
de un mar imaginario, veo nacer el día
en las huellas del limitado azul,
en un punto lejano que a veces parpadea
un solo instante, cuando la luz se
funde con la noche,
en un sublime abrazo intemporal.
Un rumor cantarino
envuelve y acompaña la visión,
espuma blanca de sonrisa burlona,
ir y venir de juguetonas olas que
acarician
la extrema desnudez del caminar.
Fragilidad sin nombre, dime:
¿Dónde está el límite de mi soñar
sereno?
El de los dulces cantos,
el de las olas tibias que despiertan
el alma escondida tras el rostro.
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